¿Cuándo comenzó mi
atención por Berlau y la DDR? En los años 80, en uno de mis primeros trabajos,
mi amigo Mariano Anós me encargó unos
dispositivos escenográficos de grandes dimensiones que eran en realidad una
pintura delicada. La obra que él dirigía era Cuarteto de Heiner Müller. En aquel entonces estaba muy adicto a
lecturas alemanas, mucho. Botho Strauss
y Christa Wolff eran mis favoritos y un libro de ella me acercó a la DDR que
nunca pude visitar y que ahora, más de dos décadas después de su anexión, es
irreconocible. DDR se convirtió en un fantasma con matices melancólicos y
también, incluso en un fetiche comercial para muchos, con la “Ostalgia”. En
2004 compré un libro, en una librería de viejo en Prenzlauer Berg, sobre la
fotografía de Berlau (el libro de Grischa Meyer) y me entusiasmé. Hemos asimilado no muy bien las teorías del
distanciamiento (extrañamiento), extrapoladas por la literatura de diagnóstico
deconstructivista y metabolizadas por la
maquinaria de simplificación
historicista. Pero, al igual que podemos pensar mejor la comunidad con Rosa
Luxemburg que con ningún otro hombre comunista, algo así sucede si vemos el
trabajo del teatro desde la óptica de las mujeres que conformaban el equipo que
fue conocido como la autoría Brecht. No quiero ni hablar de temas espectaculares
y oportunistas como los estudios de Fuegi y otros, al respecto de un Brecht
explotador de todos sus colaboradoras/es. La seducción se realiza por/en los objetos seducidos y no creo que sea nada
simple. Y el amor es una deliciosa neurosis entre otras muchas cosas. Tanto
para Luxemburg como para Berlau el género era único, era el humano y era la internacional; de acuerdo, pero las dos
eran mujeres que señalaban lo insostenible de la agencia masculina de la
autoría. Para Rosa Luxemburg, Lenin era un avaro emocional y Ruth llegó a decir
que afortunadamente ella era comunista antes de conocer a Brecht y que siempre
sería sentimental en cualquiera caso pese al pragmatismo dialéctico que llevaba
a Brecht a sospechar de los sentimientos como activos revolucionarios. Los
tiempos drásticos tienen esa crueldad.
Ruth Berlau intentó que
su neurosis amatoria nunca tocaría negativamente el producto teatral y político
que les unía, la tercera cosa (el comunismo) era más importante que nada. La
esfera sentimental rodaría cuesta abajo.
Es casi imposible para
nosotros entender eso hoy, son tiempos sin autoestima colectiva. El casino
financiero y su ideología están expropiando hasta nuestra intimidad. Esa
relación entre Brecht y Ruth solo puede ser observada desde nuestra pornografía
del apego, quizá porque ahora nos falta esa tercera cosa que unía a Ruth con
Bert.
Cuando llegué a
Valparaíso por segunda vez en 2010, el primer día abrí un periódico y vi que
Margot Honecker celebraba los 60 años de la DDR que había dejado de existir,
anexionada por Kohl y sus socios federales, hacía 20 años. Más tarde supe que
Margot tenía el mismo médico que Michelle Bachelet y eso me produjo la
enfermiza curiosidad que me llevó a conocer que en los años 70 Michelle y
Angela Merkel podían haber transitado por las mismas líneas de tranvías en
Leipzig o Berlín. Sus educaciones sentimentales habrían tenido un lugar
coincidente en un estado obrero degenerado, un intento de propiedad colectiva
que soportó una maquinaria de vigilancia inaudita como fue la Stasi. Ahora
ellas protagonizaban la versión austericida por el lado alemán y la versión de maternaje conciliador por parte
chilena, pero en ambos casos las dos gestionaban políticamente el mismo
capitalismo del desastre.
Con todos esos materiales
me planteé trabajar en las claves de actualización, reificación y delirio.
¿Cómo soportar la insustituible neurosis del amor, la desaparición de la
tercera cosa, de la tercera persona de nuestro plural, el poder absoluto del
apego, el casino financiero y sus mayorías absolutas, la historia mentida, los intelectuales
convertidos en guardias jurados de una mala fiesta, etc.? Lo soportaría con
delirio.
Me reuní un invierno muy
frío en Berlín con la actriz Rita So y trabajamos en lo que se presenta ahora,
reducido en el tiempo y ampliado metodológicamente en un collage poroso.
También volví a Chile, ya sin Bachelet en el poder, a grabar audios y más
imágenes. Visité más tarde los archivos de Bunge, Berlau y los modelos de libro
de Brecht en ADK.
Recomiendo el libro de
Hans Bunge editado en español por Trotta y el de Grischa Meyer en Propiläen. El
documental de Eric Friedler
http://vimeo.com/39841030 y el
libro el final de Horn de Cristoph Hein que, me parece, narra mucho mejor que
otros la atmósfera DDR. Hace más de un año que presenté como un primer fragmento
de Distancia,
miento en Fotocolectania en Barcelona y que se expone ahora en el CGAC de
Santiago porque forma parte ya de su colección.
Estos días en la galería
he intentado que mi trabajo sea algo así como
el campo de trastorno del bumerang que va de la historia a la actualidad.
Situado en el lugar adecuado, el espectador no tiene por qué agachar la cabeza,
mirar la historia no debe dar miedo, ni siquiera cuando se repite. ¿Acaso
conjugar el amor y el porvenir no es la mejor manera de repetirnos?
El único audio de la
muestra son tres fragmentos de la locución del proyecto, uno es una voz
contraria, al estilo Müller, las otras dos voces son descriptivas, conviven con
los intencionados brillos de la mesa y ese papel que nunca arde, que alude al
poema premonitorio que Brecht escribió para Berlau Ceniza que nunca arde. De todo el trabajo me quedo con esa relación
(del vídeo al collage) que planteo entre Casandra y Diógenes, parece que
podemos cada vez más adivinar (deseándolo)
nuestro bienestar colectivo, pero, con toda esa certeza, sólo
conseguimos una secuencia continua de síndrome de Diógenes, la vida de pantalla
ha sustituido a nuestros espejos.
- Javier Peñafiel
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